‘Gran Turismo: De jugador a corredor’: Inocuo y genérico entretenimiento cinematográfico
En 1992, el piloto de carreras profesional Kazunori Yamauchi junto con un equipo de desarrolladores, comienzan a diseñar el prototipo de un videojuego cuyo propósito era simular de la forma más realista posible, la experiencia de conducir diversos vehículos de carreras. Resultado de este ideal, cinco años más tarde, se lanzaría Gran Turismo, un juego de carreras para el sistema Playstation, el cual daría pie a una exitosa franquicia que ya va en su octava encarnación.
En 2006, un ejecutivo de nombre Darren Cox le propone a la compañía automovilística Nissan un proyecto publicitario insólito: elegir a los jugadores más hábiles de Gran Turismo y ofrecerles la oportunidad de ganarse un lugar dentro de su escudería de autos de carreras, dándoles la posibilidad a dichos aspirantes de competir codo a codo con corredores profesionales. La propuesta es aceptada por el sello automotriz, y es así como surge la GT Academy, un programa de desarrollo dedicado a descubrir y preparar a los futuros conductores.
Este es el punto de partida desde el cual los guionistas Jason Hall, Zach Baylin y Alex Tse desarrollan el argumento que adapta por vez primera el popular videojuego a la pantalla grande, centrándose principalmente en la historia real de Jann Mardenborough, un joven de 19 años quien en 2011, fue elegido de entre 90 mil participantes, para convertirse en piloto de carreras, y competir en varios de los principales circuitos internacionales, incluido uno de los más importantes: las 24 Horas de Le Mans.
Dirigido por el sudafricano Neill Blomkamp (Sector 9, Elysium, Chappie), Gran Turismo: De jugador a corredor narra justamente el camino que Mardenborough (interpretado aquí por Archie Madekwe) debió recorrer para pasar de su simulador casero hasta una pista profesional de carreras, abarcando desde el momento cuando es seleccionado por el ejecutivo Danny Moore (personaje basado en Darren Cox, encarnado aquí por Orlando Bloom); pasando por los duros e intensos entrenamientos a los cuales él y un grupo de jóvenes son sometidos para transformarlos en atletas de alto rendimiento, y supervisados por el otrora corredor y ahora ingeniero y entrenador de conductores Jack Salter (David Harbour); hasta llegar a su debut en las pistas, donde además del reto de manejar un vehículo real, afrontará una fuerte reticencia y escepticismo por parte de propios y extraños, así como las rivalidades con competidores de otras escuderías quienes no le ven con buenos ojos.
Blomkamp usa hábilmente las herramientas de su oficio desplegadas anteriormente en obras de corte fantástico y de ciencia-ficción, para crear todo un espectáculo visual, repleto de deslumbrantes escenas combinando acción real, efectos prácticos y CGI con las que, de forma análoga al videojuego, busca llevar al espectador hacia el interior de la experiencia de ser corredor profesional de la forma más directa y real posible, creando secuencias vertiginosas y emocionantes. Y ello resulta ser el principal atractivo de la película, y su mayor fortaleza.
Dicha espectacularidad es el vistoso envoltorio para una anécdota que resulta sorprendente en sí misma, presentada aquí como un relato de naturaleza aspiracional: cuando a su protagonista se le presenta la posibilidad de pasar de conducir en consolas a hacerlo en circuitos internacionales, ve en ello la forma de materializar un sueño y vivir profesionalmente haciendo lo que le gusta. Y de paso, es una oportunidad para probarle a su padre Steve (Djimon Hounsou) que el suyo no es un mero pasatiempo sin futuro como él cree, y no solo puede ganarse la vida con ello, sino destacar y trascender.
Desde luego, alcanzar su meta no será sencillo, y deberá no solo superar diversos obstáculos, sino que también experimentará en carne propia momentos de tremendo dramatismo, cuando el destino le recuerda (a veces de forma cruel) que en el mundo real, las decisiones temerarias pueden traer consecuencias funestas. Y en esos momentos, el apoyo de Salter (interpretado soberbiamente por Harbour), su entrenador devenido en una especie de cómplice, apoyo moral y figura paterna, será clave para ayudarle al joven a sobreponerse a sus miedos e inseguridades y encaminarse al éxito.
Pero más allá de su espectacularidad y de las buenas intenciones que la trama pueda esgrimir, Gran Turismo: De jugador a corredor es en el fondo una recopilación de clichés presentes tanto en las historias comunes de superación personal, como en aquellas enfocadas al tema de las competencias automovilísticas y la adrenalina que de ellas se desprende. De hecho, toma prestados elementos de otros conocidos filmes emblemáticos, tales como Las veinticuatro horas de Le Mans (Katzin y Sturges, 1971), Días de trueno (Scott, 1990), Rush: Pasión y gloria (Howard, 2013) o Contra lo imposible (Mangold, 2019), para nutrir su argumento y hacerlo más vistoso, pero queda muy lejos de lograr los alcances de algunos de esos títulos mencionados.
Curiosamente, el filme en su conjunto termina por sentirse no solo como un collage de otras producciones sobre el tema, sino que adopta la misma dinámica del juego en el cual está inspirada, funcionando más como mera réplica de una película que simula ser otras, elaborada por un cineasta quien peligrosamente se está alejando de su mirada autoral para adentrarse a terrenos mucho más comerciales y convencionales, ofreciendo un producto vistoso pero genérico y predecible, pensado como anzuelo para atraer a los fans de la franquicia Gran Turismo; o para los aficionados a la acción y el drama en contextos automovilísticos; pero especialmente para aquel sector menos exigente del público, quien busca ese cine que le brinde lo mismo que un videojuego: inocuo entretenimiento por un par de horas, y nada más.